Una nueva apuesta en la ciencia ficción ecuatoriana: “Voces del firmamento” de Cedeño Menéndez

El ecuatoriano Richard Cedeño Menéndez explora la ciencia ficción con una nueva obra Voces del firmamento, que además tiene un subtítulo: El resurgimiento de las ánimas probablemente anunciando que su novela podría ser el inicio de una saga. Y eso quizá sería congruente toda vez que con Voces del firmamento el joven autor portovejense –conocido por su anterior libro de cuentos largos o noveletas también de ciencia ficción, El arca de los sueños (2017)– nos lanza a una aventura situada en un futuro lejano donde el ser humano ha podido poblar ciertos planetas, desarrolla la minería, ha perfeccionado la ingeniería genética. La aventura involucra a un oficial cuando el mundo tiene un solo gobierno que le congrega, oficial que está a la caza de un grupo terrorista, el cual es reasignado a una misión más difícil en los linderos del Sistema Solar, en Plutón, lugar donde se asienta una mina-cárcel. Si el lector ha adivinado lo que está detrás de la aventura espacial que nos propone Cedeño Menéndez se dará cuenta que se trata de una novela que implica un complot que no se queda en la misión: además está un panorama y una red de personajes que ponen en evidencia un mundo futuro de inquietantes aristas.

Voces del firmamento recuerda a las novelas pulp, esas que empezaron a circular en revistas de bajo costo allá por la segunda década del siglo XX en Estados Unidos y se popularizaron en los años siguientes con tramas enredadas de manera interesante en el contexto de la ciencia ficción, la fantasía y el género negro o policial. Se trata de una historia sobre alguien que podría ser el líder de un grupo justiciero que poco a poco se da cuenta que por lo que lucha no es lo que supone, ya que hay otro poder en juego y del que en principio sabe que forma parte, pero no sus pormenores. Cedeño Menéndez sabe componer un mundo complejo con descripciones ajustadas a la imaginación de un mundo planetario que aparenta una utopía en contraste con los desarrollos tecnocientíficos y hasta sugerentes ideas filosóficas que ponen en cuestionamiento al lector.

Su historia se sitúa en el 2245 cuando ya no hay una sola humanidad, sino formas o cuerpos mejorados de humanos. Es curioso saber que todo esto es la consecuencia de los descalabros socioculturales y políticos del siglo XXI y, sobre todo, de investigaciones y hackeos –si la palabra es correcta– al organismo humano que inician con la intención de vencer la pandemia del Sars-Cov-2, conocido por nosotros como el Coronavirus o el Covid-19. Es decir que, si imaginamos el mundo del futuro, en los siglos venideros, no es solo uno de edificaciones inteligentes, transportes espaciales increíbles, un gobierno global consensuado, tecnología computacional altamente desarrollada que se imbrica con las neuronas, etc., sino que además está poblado por generaciones de seres humanos “mejorados”. Entonces, tenemos en la novela humanos que aún son de pura cepa, a la par que “ánimas” o humanos en varias versiones perfeccionados por la tecnociencia y la ingeniería genética, sin descontar a humanoides y otros más. La cosa curiosa de ese mundo, acaso como resultado de una especie de extrañamiento del actual, es que a los humanos se les ha vuelto incapaces de sentir, de obrar el mal, y más bien son plenamente funcionales al sistema y destacan en el contexto sociocultural prevaleciente; ellos no temen acudir a las misiones como las que enfrenta el principal personaje, el ecuatoriano, Jordan Alexander Robinson.

Una cuestión entonces está en el imaginario futurista: el común de la humanidad está perfeccionada y vive en una supuesta utopía social. De hecho, al inicio de la novela, Cedeño Martínez figura a Quito como una metrópoli hermosa, vivible, respirable y estable como cualquier otra que podría existir en el imaginado planeta Tierra del futuro. En tal utopía planetaria, como ya se ha sugerido, todo está ordenado según un sistema congruente de control de las emociones que implica a su vez la eliminación de aquellos estudios contrarios al modelo de vida imperante. ¿Qué más se puede pedir en un mundo donde la complejidad debe ser reducida? Todo tiene un aire de positividad, incluso lo que significa la fuerza de vigilancia a la que pertenece Robinson, los “cazadores de basura”, que se presiente es una fuerza que controla lo que perturba a ese orden supuestamente invariable. Y con ello nos damos cuenta de que hay otras formaciones, otros grupos sociales, otras dimensiones indiscutibles y que horadan de alguna manera el orden establecido y determinista. Una seña interesante, entonces, y se va perfilando en la novela, es la cuestión de la entropía, si se le entiende como la medida del desorden o desorganización que se produce en un sistema cuando este ha ido deteriorándose –vale la pena revisar, en este sentido, las tesis fundacionales de Norbert Wiener en su The Human Use of Human Beings: Cybernetics and Society (1950)–. Es así como sabemos que existe un grupo que se proclama compuesto por hombres y mujeres que no han sido modificados genéticamente con el nombre de la Rebelión de los Mesías, cuya pretensión es restituir el sentido de lo humano con sus defectos o sus virtudes. Y también está aquel que habiendo participado de todo el proyecto de construcción sociopolítica encuentra otras posibilidades y trata de dinamitar desde adentro al sistema queriendo obligar a que los nuevos seres modificados estén realmente integrados, intervenidos, fiscalizados en una red cibernética. Una preocupación latente en la novela de Cedeño Menéndez, por lo tanto, es esa tensión entre mantener lo que en física se denomina la homeostasis frente al factor amenazante de la entropía social.

En el pulp la narración enfatizaba la aventura por la cual se iba tejiendo poco a poco la trama. Pero el pulp no es un género, aunque para Isaac Asimov –en Sobre la ciencia ficción (1981)– parece ser un estilo, es decir, un estilo para saber contar historias de aventuras espaciales o de ciencia ficción. Se entiende a tal palabra comúnmente con referencia al tipo de revistas especializadas con textos a veces escritos por partes, donde lo que importaba era impulsar una lectura ágil con base en una aventura bien descrita, un conflicto donde se podía diferenciar al héroe de su opositor y el primero además que va conociendo su fortaleza y sus virtudes en el camino. En su contexto aparecieron los más grandes autores de la ciencia ficción como Ray Bradbury, Isaac Asimov, John W. Campbell, Robert A. Heinlein, etc.

El meollo es la representación del héroe dentro de una trama que implique acción que a la vez le haga consciente de su propósito; en la novela Voces del firmamento Cedeño Menéndez apunta en el Prefacio que su estrategia narrativa supone el camino del héroe. Digamos así que en su novela el pulp tiene una connotación acorde con las nuevas discusiones en el marco del campo literario: es decir, una forma de construir la aventura tejiendo de modo sutil la intriga, suspendiéndonos hasta el punto de querer saber más; el autor nos ayuda con esto con una escritura fluida. Voces del firmamento tiene varias capas narrativas que se sobreponen y esa es su virtud, porque si bien interesa la misión, a la par del encuentro con una de las inteligencias que proponen incrementar el fascismo del orden establecido –porque a la final la utopía que imagina el autor nos lleva a concluir en este concepto–, o la batalla en las heladas y casi tenebrosas tierras de Plutón, al mismo tiempo nos damos cuenta de que solo tal misión no basta: hay más, hay otro nuevo software con visos sociales que se está experimentando. La novedad radica en ello, en que el héroe es introducido a ver cómo se puede desempeñar en un nuevo orden social construido de manera tecnofantástica, donde el simulacro de la realidad vendría a ser por fin la mismísima realidad, eso que en su momento el filósofo francés Jean Baudrillard estaba reflexionando críticamente en sus textos como Cultura y simulacro (1981).

Del pulp aprendió George Lucas para escribir el guion de Star Wars (1977) y este además se nutrió de las ideas de Joseph Campbell de El héroe de las mil caras (1949). Con tales ingredientes, experimentamos un filme en el que el héroe no tiene conocimiento de su misión si no va a enfrentar poco a poco una serie de peripecias en las que se ve involucrado. Cedeño Martínez escoge en su novela a un agente del orden, a un ánima modificado y no a un desplazado del sistema. Pero, recogiendo el sentido de ir concienciando el tipo de mundo en el que radica, el personaje, en efecto, trasciende la aventura, intuye las dimensiones del mal –que además estaría controlado por el gobierno mundial–, o su avatar con otro personaje, un ser gigantesco, acaso el producto del experimento que el opositor quiere hacer prevalecer. Pero los referentes, leyendo entre líneas la novela Voces del firmamento son además otros: Star Trek (1966) de Gene Roddenberry, Fundación (1951) de Asimov; y para más allá, la obra de J.R.R. Tolkien.

No es necesario detallar el argumento de la novela porque esa es tarea del lector, pero vale la pena recalcar que Voces del firmamento homenajea al pulp. Es una historia donde conocemos el tipo de mundo, y donde la preparación de la aventura espacial y el encuentro con quien es el opositor del modelo del sistema, recuerdan precisamente a Fundación de Asimov. El escritor apuesta en su trabajo a justificar con indicaciones tecnocientíficas –al modo de la ciencia ficción dura– ciertas partes para hacernos conscientes de las consecuencias del modelo de sociedad en la que participa el héroe. Construye un mundo posible haciéndonos imaginar sus detalles, sus pormenores, sus desarrollos, sus peligros; además hace una especie de marco histórico para comprender el mundo futuro imaginado. Sabemos que tal mundo es homeostático, la utopía fascista del futuro donde aparentemente todo está hermanado a costa de la modificación del Ser y del cuerpo humano. El proyecto del opositor que es Jackson Fardon, de pronto tiene otro horizonte, mucho más determinista con la faceta de Lothar Lou Vhan Leider, el real ideólogo de la transformación social planetaria, el científico que además pone a prueba las destrezas del capitán ecuatoriano. Con aquel nos preguntamos, en realidad, quién es el que tiene la inteligencia a sabiendas que el poder está entretejido gracias al aparato cibercientífico. Y es con este que Cedeño Menéndez nos intriga más.

Voces del firmamento es una apuesta interesante dentro de la ciencia ficción ecuatoriana. Explora el sentido de narrar clásico de este género. Su texto se siente más universal, siendo las preocupaciones congruentes con las inquietudes que la ciencia y la tecnología dejan en el imaginario social. La apuesta es más interesante cuando el autor propone una mirada de la vida futura dentro de esa turbadora tensión entre la homeostasis que quisiera todo sistema social, frente a la entropía que es fuente, además, de todo cambio. La apuesta a una ciencia ficción dura además tiene otras dimensiones y que tocan lo filosófico. Por ello, es importante celebrar esta novela que deviene de una pluma joven. (Iván Rodrigo Mendizábal

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