100 años de Bradbury: a propósito de su poesía

Bradbury el escritor

Ray Bradbury.

Cuando leemos a Ray Bradbury (1920-2012) no solo tenemos la impresión de estar ante un narrador, sino también ante un poeta. Muchas de las páginas de sus obras –solo para mencionar Crónicas marcianas (1950) o Fahrenheit 451 (1953), entre otras–, parece que estuvieran compuestas como versos libres, como prosa poética. Y eso asombra. La magia de leerlo es precisamente adentrarse en sus textos, los que además de narrar, conllevan metáforas, imágenes que nos lanzan tan pronto a otros espacios del ensueño.

Bradbury fue un escritor que se formó leyendo a William Shakespeare, H.G. Wells, Herman Melville, entre otros. Floreció como un autodidacta, el cual, a sabiendas de las penurias económicas de su familia, y entre vender periódicos en las calles, aprovechó las puertas abiertas de las bibliotecas públicas, donde pudo acceder a libros, a autores, además de motivarse a practicar la escritura. Es así como, con el paso del tiempo, logró un capital de conocimiento, el ímpetu de publicar en revistas, retar a escritores que ni le sabían de él, para hacerse un espacio en el campo literario. Hoy es reconocido por su trabajo, a la par que se ha convertido en un referente de la ciencia ficción, género al que ha sabido darle un sesgo distinto queriendo imprimirle un nuevo humanismo.

Sin embargo, a la par de su amplia producción de libros de cuentos y algunas novelas, también escribió teatro, intentó escribir guiones de cine –lográndolo con Moby Dick (1956) de John Huston–, y participar en la producción de ciertas series de televisión. Pero, sobre todo, dejó un legado poético. Sí, escribió poesía, contándose unos 17 títulos entre 1971 y 2002. En forma póstuma su familia compiló un volumen, Vivo en lo invisible: nuevos poemas escogidos (Siglo XXI y Salto de página, Madrid, 2013). En él hay diversidad de poemas escritos entre 1953 y 2002, lo que constituye un buen acercamiento a la relación de Bradbury con la poesía.

¿Hay poesía de ciencia ficción?

Tapa de la antología póstuma: “Vivo en lo invisible: nuevos poemas escogidos” de Ray Bradbury.

En este artículo me centraré en ciertos poemas de Vivo en lo invisible: nuevos poemas escogidos, aquellos que están vinculados, si se quiere, con la ciencia ficción. Es evidente que hay un debate extenso sobre si hay poesía de ciencia ficción o poesía de carácter especulativo. En Estados Unidos se conoce el Premio Rhysling y también la Science Fiction & Fantasy Poetry Association (SFPA). Una de las mayores promotoras, en este contexto, es Suzette Haden Elgin. Fuera de Estados Unidos, hoy en día algunos premios de poesía incluso reciben algunos dentro de la ciencia ficción o la fantasía. Anna Pantinat en la Revista de Letras, a propósito del tema, contextualiza los premios y el terreno de la poesía de ciencia ficción en su artículo: “Poesía Sci-fi”.

No sabemos si Bradbury ganó algún premio por su obra poética –se especula que fue nombrado como Mejor poeta en un evento en 1979, con el nombre de Premios Balrog–, pero eso no interesa dado el peso de su legado. Lo que sí importa es que, al leer su poesía, uno vuelve a respirar el mismo aire poético que está presente entrelíneas de muchos de sus cuentos y sus novelas.

En Vivo en lo invisible: nuevos poemas escogidos encontramos, de este modo –entre otros–, poemas que evocan algún diálogo con H.G. Wells, con Charles Darwin, con Robert Louis Stevenson, con Antoine Lavoisier, o sobre la conexión del ser humano con el cosmos, o sobre la relación de aquel con el mundo contemporáneo, maquínico… Leer a Bradbury es como adentrarse a eso que plantea el título de su libro: “lo invisible”.

Lo invisible

Y ¿qué es lo invisible? Posibilidades de significación de dicha palabra: lo incorpóreo, lo que no se puede palpar, lo etéreo, lo secreto, el misterio, lo imaginario, aquello que no se puede ver a simple vista… Para algunos, es lo espiritual, para otros, lo que escapa a nuestra comprensión. Rainer María Rilke, en su “Carta al señor Vitolo von Hulewicz a propósito de Las elegías de Duino” de 1921 ha escrito: “somos las abejas de lo invisible”, recordándonos que la misión del ser humano, aquel que quiere estar en la trascendencia, es transformar la vida y la tierra, ser camino y renovación, en tanto la existencia es circunstancial lo mismo que las cosas materiales. Y afirma:

“La naturaleza, las cosas que nos son familiares y las que nos sirven son provisionales y caducas; pero son, mientras estamos aquí, propiedad nuestra, y amigas nuestras; están al corriente de nuestro desamparo y de nuestra alegría, como fueron ya confidentes de nuestros antecesores. Se trata, por lo tanto, no de ennegrecer y rebajar todo lo que es de aquí, sino precisamente a causa de su carácter provisorio, que es también el nuestro, de captar esos fenómenos y esas cosas con una comprensión más íntima y de transformarlas. ¿Transformarlas? Sí, ese es nuestro deber; grabar en nosotros esta tierra provisional y caduca tan profundamente, tan dolorosa y apasionadamente, que su esencia resucite en nosotros, «invisible»”.

¿Qué es lo que hace la poesía? En efecto, es el vehículo espiritual que manifiesta, que expresa la voluntad y la posible acción de transformación, de hacer tornar lo invisible en pasión, en dulzor, en alegría. Pero el ser humano no es consciente de lo invisible, si es que no está dotado de esa sensibilidad para con la tierra que puebla y pisa, la vida, las personas. Gastón Bachelard en su El agua y los sueños: ensayo sobre la imaginación de la materia (1942) cita al poeta Gabriele D’Annunzio: “Los acontecimientos más ricos nos llegan mucho antes de que el alma se dé cuenta. Y cuando comenzamos a abrir los ojos sobre lo visible, ya éramos desde mucho tiempo atrás adherentes a lo invisible”. Es evidente que muchas cosas se nos pasan ante nuestros ojos, ante nuestra existencia, sin que nos demos cuenta; aunque a veces quede el fulgor de algo, de pronto lo olvidamos; la poesía podría ser el modo de reconectarnos con eso que en lo invisible es lo rico, lo verdadero. Por ello, Bachelard a continuación dice: “en esta adhesión a lo invisible consiste la poesía primera, la poesía que nos permite tomarle gusto a nuestro destino íntimo. Nos da una impresión de juventud al concedernos sin cesar la facultad de maravillarnos. La verdadera poesía es una función de despertar”.

Bradbury poeta en el contexto de la ciencia ficción

Ray Bradbury era un poeta que le tomó gusto a su destino, si parafraseamos a Bachelard, e hizo suyo, como todo poeta que quiere hacer despertar la abeja transformadora de la existencia en todos, eso de hacernos dar cuenta de lo invisible tras un acontecimiento. ¿No es acaso el mismo camino que está detrás de un buen herrero, la transformación del hierro, en una cosa, como una espada y, más aún, su propio secreto de conferir poder a quien lo posee?

Cuando “dialoga” imaginariamente con H.G. Wells escribe el poema “¿Qué pasará?” (2001) –incluso se lo dedica–. Este comienza: “¿Qué pasará? Preguntó Cabell / en la VIDA FUTURA, / y H.G. WELLS respondió con prontitud / a este interrogante. / ¡Nos acomodamos en el polvo o saltamos en busca de Marte? / ¿Nos recostamos para oxidarnos o, inquietos, levantamos las manos y, sí, ¡ahora! / tocamos las estrellas?”. La cita es a un libro-crónica-diario de pensamientos de Wells: The Shape of Things to Come (1933), acerca de un mundo futuro en el que se pretendería un Estado total o mundial, aunque su constitución implique problemas y guerras, hasta que finalmente pueda lograrse una paz duradera; y sobre todo al filme el que el propio Wells participó como guionista, adaptando su trabajo, Things to come (1936), dirigido por Alexander Korda. También alude a James Branch Cabell, escritor contemporáneo de Wells, el cual postulaba la literatura como medio para transmitir lo fantástico de la realidad. En el filme de Wells-Korda, en realidad, Cabell podría ser el personaje Cabal. Sin embargo, lo que importa de todos estos transtextos es el sentido de la pregunta: “¿Qué pasará?” Siendo una pregunta entre alguien que quiere saber lo que devendrá en el futuro, con Wells que parece haber develado la respuesta en su obra: o quedarnos de brazos cruzados o ir más allá de las cosas. Más adelante Cabell, en el poema expresa: “…elige”. Inmediatamente la interpelación es al lector, al mundo mismo, por parte de Wells: “Hablad, caminantes de la muda Tierra / ¿Qué pasará? / ¿Qué pasará? / ¡Qué pasará!”. Nótese que Bradbury retoma la interrogación a una frase con signo de interrogación, como si en el 2001, volviese a evocar el deseo de ese Estado mundial que ahora parece ser necesario.

En otro poema, “Siempre llevo conmigo lo invisible” (2001), alude a “The Country of the Blind”, novela corta de 1904 –ver mi ensayo: “Bordeando el país de los ciegos” en Amazing Stories del 30 de abril de 2020 y reproducido en mi blog–. El poema empieza así: “Siempre llevo conmigo lo invisible, / las cosas que sé pero no conozco / y pretendo averiguar a tientas / en ese país de ciegos / que es la mente y cada pensamiento / y todo cambio climatológico interior”. Caminar por los senderos de la poesía no es caminar con las certezas de la razón, sino con la conciencia de un espíritu que está latente. El problema es que el territorio de la mente, de la razón, del conocimiento muchas veces parece ser luminoso, pero en sí es peor, implica más tinieblas. El poeta dice: “Palpo el cambio de luz / […] escribo poemas, les ofrezco un hogar”. La poesía pareciera enfrentar no a la luz real con la luz del verso, distinto, necesario, invisible. Y con ella habría una voluntad: “yo puedo hacer que el arco se congele. / Grito ¡Detente! / y el balón, en los versos / se queda suspendido entre los árboles / para nunca bajar”. Lo invisible, para Bradbury es esa voluntad de lograr mantener el acontecimiento como un instante. El poeta entonces dice: “siempre llego conmigo lo invisible / igual que tú lo llevas hecho visible en ti”.

Y a propósito del arte poético o, mejor dicho, del arte de vivir en lo invisible, Bradbury escribe el poema “Sin son verdad todos tus yoes internos” (2002). Nos inquiere directamente: “No lo pienses, escribe. / Entonces, vendrá a ti / sin que la llames”. ¿No es acaso la invocación para lanzarse al terreno de lo poético? Y luego afirma: “…trabaja con Amor. / […] La oscuridad es nutritiva. / Dale un mordisco, / hace que emerja todo el significado de Significar / en mi y en ti”. El trabajo poético es un afecto, se debe sentir afecto con las palabras, y más que con ellas, con sus latencias, porque si se va conociéndolas, adentrándose a la aparente oscuridad, a la invisibilidad, surgen los significados, pero no los conocidos, acaso los mismos símbolos con los que está hecha la naturaleza. Y continúa: “En el cruce: la alegría / detona las raíces en el pecho del muchacho que corre, / revoca la tendencia al suicidio, ofrece el desayuno a Jekyll, entierra a Hyde” –sin duda el poema nos lanza a evocar a la obra de Robert Louis Stevenson, Strange Case of Dr Jekyll and Mr Hyde (1886)–. En el trajinar poético, hay que elegir –pensemos en Cabell, en el poema “¿Qué pasará?”, antes citado–, encontrar la alegría, desterrar el terror, emborracharse… “[ser] el vagabundo de [los] tiempos”.

¿Y qué de la ciencia? En el poema “Revivere, Rex” (1985), Bradbury hace mención de ciertas intenciones científicas de revivir a los animales ya extintos toda vez que la secuenciación del ADN abre la posibilidad de nuevos horizontes. Pero ¿se burla? ¿O casi se toma en serio el tema? El poeta inicia: “Rescatad del polvo, con ADN recombinante, / a las bestias que una vez tuvimos en custodia; modelad al mamut nuevo y reluciente como en esa mañana / cuando el tiempo se hizo carne”. Sin duda, parece una invocación a un quehacer inmediato. Sin embargo, lanza el giro que da sentido: “Sed Dios, provocad sus Medicinas, gritad ¡Luz!” Bradbury sabe que el científico puede cambiar las cosas y, en ese proceso, ser el mismo Dios. Entrelíneas también se lee que hay allá una tremenda responsabilidad. Y curiosamente al finalizar el poema apunta: “Ecologistas, ¡cuidado! ¡Observad nuestras tesis! / Vosotros, agoreros, sois ahora nuestras principales especies en peligro de extinción”. ¿Acaso es advertencia? ¿Acaso la necesidad de recuperar la conciencia crítica?

Y he ahí otro problema: la máquina. En el poema “Las máquinas, por encima de Shylock” (1964), aunque se aluda a un personaje, un comerciante usurero, de The Merchant of Venice (1600) de William Shakespeare, lo Bradbury pone de manifiesto es el nuevo poder del comercio –y comercial– de la máquina. Esta es indestructible, es insensible, es un “espectáculo tonto”, según el poeta. Y ¿por qué lo es? Porque la humanidad se asombra ante su aparición e imperio, pero no puede hacer nada, porque pronto es subsumida por la misma máquina. Aunque su operación dependa de un idiota o de alguien con inteligencia, y aun cuando sus resultados puedan ser buenos o malos, dice que “el mismo Pensamiento se retrasa”. La máquina está, pero poco a poco los individuos pierden su capacidad de raciocinio. Habría una especie de nuevo “zombismo” con el imperio de la máquina en el presente –alguien quizá ya puede estar pensando en los comportamientos que suscitan, por ejemplo, hoy los celulares–. Para Bradbury una era maquínica es “el invierno del hombre”. Una especie de noche que debería terminar.

Quizá acá valga la pena volver la mirada al cosmos, al ser mismo del ser humano. En el poema “No han visto las estrellas” (1978) reconocemos al Bradbury de Crónicas marcianas. El ser humano, pese a vivir rodeado de estrellas, no siente la significancia de su presencia. Bueno, no seamos absolutistas: digamos que muchos seres, que envueltos por el placer de las máquinas, han olvidado mirar las estrellas. Para Bradbury, si se hiciere el ejercicio de solo mirarlas, entraría en “la emoción de mirar esos fuegos”, esto es conectarse con las almas propias. Y se pregunta: “¿Nuestra percepción? / Sí, ¿la nuestra? Averiguar lo que somos ahora”. El reto, en el mismo sentido de la poesía, es mirar –y escribir– con el alma. De ser así, de vivir en la trascendencia, entonces, va/ve al/en el cosmos. Entonces escucha una voz más eterna, más interior, más fuerte: “Despierta, dice Dios. Mira hacia allí. Ve a cogerlas. Las estrellas. Oh, Señor, muchas gracias. ¡Las estrellas!” El acto de vivir, como el acto de vivir en la poesía, es, en definitiva, un acto de despertar, esto es: resucitar, o con más propiedad, renovarse.

Finalizo con otro poema: “Lo que ha pasado, está pasando ahora, o pasará” (1981). Parece un canto al hombre primitivo que desea cazar, comer, aniquilar el peligro. Está en la cueva de los tiempos, frente al fuego que debe hacer aparecer lo invisible de su ser y de sus sueños. Idea, dibuja, pinta las paredes de tierra o las rocas expuestas a la luz de ese fuego estelar. El poeta reafirma: “De todo hace un boceto en su caverna / con el arte propio de los cobardes que le instruye en cómo ser valiente. / De modo que las bestias y el fuego que viven más allá de su guarida / son dibujados como seres de ciencia ficción por todas partes. / Las paredes se llenan de diseños que resumen y enseñan, / para ayudar al hombre mono en la forma de alcanzar lo inalcanzable. / Mientras tanto, todos sus compañeros se ríen y le gritan: / ¿Qué son esos estúpidos proyectos? / ¡Abandona la ciencia ficción, limpia tu cueva!” Sí, el hombre de las cavernas, cuando empieza a dibujar sus pensamientos, lo que hace es querer anticiparse a los hechos. ¿Acaso Bradbury no está sugiriendo que el pensamiento prospectivo, que también alienta a una parte de la ciencia ficción, no había nacido con ese acto de volver imágenes el pensamiento? Aunque haya gente que piense en la inmediatez, que se debe vivir el día, el hombre prospectivo ve las acciones del futuro. Bradbury parece indicarnos lo que piensa de la ciencia ficción. Como su hombre de las cavernas, el arte de escribir, de poetizar, es anticiparse, es “ensayar / acciones reales en el mundo para invertir la muerte”. En el poema, su personaje pinta una historia de cómo lograrlo todo sin dejar nada a la suerte, planificando, demostrando que hay una técnica. Y una vez que la conoce, va a la realidad y trata de cambiarla, de convertirla en otro mundo. Cuando lo logra, el poeta termina: “se dibujó en el muro otra ciencia ficción / que atraviesa la historia y que termina… en ti”. Toda anticipación prefigura a quien será su nuevo actor real, el lector. Un poema está escrito para encontrar el nuevo amante de la poesía.

Conclusión

He hecho un ejercicio aproximativo a la poesía de Bradbury, enfatizando su conexión con la ciencia ficción. Él mismo nos demuestra que esta puede cultivarse empleando los diversos dominios de la literatura. Su interés, por lo menos en la antología Vivo en lo invisible: nuevos poemas escogidos es precisamente hacernos caer en cuenta sobre lo invisible. La poesía es un medio para volver visible lo invisible. Y de eso se trata: de que las palabras no sean literales, sino expresiones de un ser interior, acaso oculto, acaso no explorado, acaso sentido, pero no concienciado. ¿Sirve concienciarlo? En el día a día, cuando somos seres maquínicos, lo visible domina toda la existencia, pero se necesita de un acontecimiento, uno que marque, para que vuelva el deseo por eso que puede ser el misterio.

Bradbury habla de la sociedad que la ha tocado vivir, pero no lo hace con penuria, sino que trata de sacar el lado luminoso de ella. El trajinar del ser humano es uno de huellas y de desastres, pero también de logros y preguntas. Ser persona quizá es preguntarse por las cosas esenciales de la vida. Ello nos demuestra la poesía de este escritor norteamericano. (Iván Rodrigo Mendizábal)

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