Memoria del futuro boliviano: sobre “En el cuerpo una voz” de Barrientos

Una novela de ciencia ficción posapocalíptica boliviana muestra al país desintegrado tras el asesinato de su presidente, un líder indígena, luego de un golpe de Estado a la cabeza de El General. Tal podría ser el hilo narrativo de En el cuerpo una voz (El Cuervo, La Paz, 2017) de Maximiliano Barrientos, novela que tras su publicación se internacionalizó con otras editoriales, volviendo a poner a su autor en el sitial de las jóvenes promesas de la literatura de Bolivia –como apunte se conoce que Barrientos ya había publicado otros libros, algunos ya en editoriales internacionales–.

En el cuerpo una voz es la historia de Bolivia luego de un desastre político. En realidad, es la historia de un país que antes pudo ser Bolivia y que en la novela son ahora la Nación Camba y la Nación Andina, ambas separadas tras una guerra civil donde El General gobierna con mano dura, sembrando el terror. El desarrollo de la narración se sitúa en la Nación Camba a partir de un hombre que escapa de las hordas de El General, ve morir a su hermano, y se interna en medio del territorio del oriente boliviano, hasta que se une a unos contrarrevolucionarios cuya misión es desbaratar el poder militar instaurado.

La novela de Barrientos tiene tres partes, si se quiere, pero no en el sentido de una novela lineal, sino como una serie de registros que tratan de mostrar: a) los momentos posteriores de la debacle sociopolítica y geopolítica de Bolivia, b) la memoria de los sobrevivientes, c) la organización que conduce a la captura de El General ya años después en Ecuador y su ejecución. Tal como está narrada la historia En el cuerpo una voz es una novela que obliga al lector a armar sus partes, a hacer inferencias, a meterse en el cuerpo de un relato y de unos documentos para comprender una atmósfera de incertidumbre y de aparente paz donde lo que impera es la sobrevivencia. La obra tiene, desde ya, una estructura experimental interesante de relievar para que se pueda articular, como una tentativa de nueva Historian de lo que es una nueva región a partir de la desintegración boliviana.

Tal estrategia narrativa de situarnos en el futuro hipotético es particular, porque, como si se tratase de una prospectiva –aunque negativa–, nos hace avizorar el resultado de un proceso que deriva en la catástrofe. Quizá para comprenderlo, habría que poner ciertos datos: a) Bolivia, como muchos países de Latinoamérica, siempre ha vivido o ha estado amenazada por los golpes de Estado perpetrados por militares y, más recientemente, por acontecimientos o conmociones ciudadanas que terminaron con la caída de alguno de sus gobernantes; b) el país fue gobernado, entre 2006 y 2019, por un líder de ascendencia indígena, Evo Morales, lo que exacerbó las tensiones sociales tras la histórica lucha de los pueblos indígenas para revertir el orden de desigualdades y racismo que imperaba en Bolivia; c) que al inicio gobierno de Morales, las amenazas de divisiones territoriales o de secesión, se fueron recrudeciendo sobre todo desde la región oriental –que en la novela de Barrientos se llama la “Nación Camba”–, poniendo en vilo la estabilidad del país; tales amenazas ya se habían dado en años anteriores bajo la figura de movimientos autonomistas; la nueva Constitución boliviana aprobada durante el gobierno de Morales a la final permitió la descentralización del gobierno estableciendo autonomías regionales.

La novela de Barrientos, publicada en 2017, tiene más congruencia si se considera el panorama anterior y más aún el último período político de Bolivia, entre 2016 y 2019, cuando la figura de Morales se deteriora por sus pretensiones de perennizarse en el poder y afianzar más lo que para muchos su gobierno se había constituido: en una especie de dictadura bajo la sombra de la democracia. Es evidente que En el cuerpo una voz no es una novela política, pero sus referencias permiten entenderla como una voz dentro de ese concierto de voces que estaban leyendo el devenir del gobierno indígena bajo la forma política de la democracia, eminentemente occidental. En este contexto, la obra tiene algún eco de otra novela boliviana: De cuando en cuando Saturnina: una historia oral del futuro (Mama Huaco, La Paz, 2004) de Allison Spedding, esta también articulada también como memoria del futuro.

¿Qué vendría a ser esta memoria del futuro? Insisto en la estrategia de Barrientos: de situarnos en un momento de la desaparecida Bolivia, en un futuro hipotético a través de papeles, por medio de la propia novela, si a esta también se la considera como un documento “histórico” que reúne los archivos de la debacle, los testimonios e incluso el pensamiento de uno de los contrarrevolucionarios antes de morir.

Primero, está la cuestión del archivo. El libro o la novela como síntesis del archivo y, dentro de él, la confluencia de otros archivos. Sabemos que archivo contiene la voz arkhe: origen, inicio. La novela quisiera demarcar el inicio de una nueva lectura de los acontecimientos sucedidos, aún desprovistos de tener su sentido del todo, aún interpretables fragmentariamente en tanto faltaría más elementos del contexto socio-histórico de la catástrofe. Michel Foucault (en Arqueología del saber, 1969) ha postulado que el archivo es el sistema de enunciados que señalan a las prácticas discursivas como acontecimientos y como cosas; tales enunciados a veces no se pronuncian o están sujetos a leyes de aparecimiento –hay momentos de decir las cosas–; de este modo, el archivo está presente, latente, hace surgir, mediante la escritura, mediante la palabra –o la imagen–, el o los textos, que en forma de discursos pueden organizarse. En la literatura, en el mismo sentido foucaultiano, el escritor estaría haciendo una suerte de “arqueología”, interrogando a los acontecimientos, a las prácticas discursivas, para que “digan” alguna verdad de los hechos, vistos estos como acontecimientos.

Segundo, está el tema de la memoria. Pero no en el sentido de algo guardado como documento, sino en el de una práctica retentiva constante que gracias al uso del lenguaje que permite configurar la imagen del tiempo que se vive, la cual deja su impronta inmediata: las palabras, los enunciados, no recogerían la memoria, sino el olvido, nos dirá Foucault (en “El pensamiento del afuera”, 1966), pero el olvido como “atención extrema”.

Barrientos nos presenta una novela que reúne papeles, por los cuales trata de interrogar al archivo de la historia boliviana. Con los dos hermanos, el uno herido y moribundo, y el otro que trata de salvarlo, al inicio de la novela, el autor ya plantea la metáfora de la hermandad regional que antes de los reclamos autonomistas podría estar imperando en Bolivia: es la imagen de la hermandad regional de “cambas” y “collas”, “orientales” y “andinos”, de hombres y mujeres de la región amazónica con los hombres y mujeres de la región andina, serrana. No importa si el que muere es andino y el otro camba, lo que interesa es que una “nación” sobrevive al desastre sociopolítico. La primera cuestión que Barrientos pone en evidencia es interrogar al archivo de esa hermandad: ¿pudo ser real o imaginaria? Sabemos que toda nación es una construcción social, es una especie de comunidad de ideales, que antes estaba traspasado por las determinaciones de clase o de raza (en este sentido, es recomendable recordar a Benedict Anderson y su Comunidades imaginadas: reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, 1983), pero que en el siglo XXI es amorfa, transcultural: por algo en Bolivia en la nueva Constitución se la inscribió como Estado Plurinacional. ¿Se puede definir nítidamente a los andinos, diferente de los amazónicos? Alguien podrá decir que sí, por sus culturas; pero lo que se ve en Bolivia es que tanto cambas como andinos, ambos habitan, coexisten en distintas ciudades y regiones del país. Lo que hace explosionar las diferencias regionales es la exclusión.

En el cuerpo una voz la presentación de estos dos hermanos está signada y determinada por la violencia: es la violencia del estado de cosas que se viven en ese futuro hipotético; es, pues, la violencia instaurada por el régimen militar de El General, apodo o denominación, por otro lado, continente de lo que implica el poder de las armas y el poder castrense. Las dicotomías sociales han sido alentadas por el nacionalismo y el militarismo en tanto este, en su momento, pudo estar detentado por formaciones sociales clasistas en Bolivia. Tal violencia, digamos, “sistémica” deriva en la secesión boliviana y la muerte del gobierno indígena. Lo que prevalece, entonces, es un periodo caótico donde El General gobierna persiguiendo, matando y, sobre todo, practicando el canibalismo.

Frente a la metáfora de los hermanos, el uno muerto y el otro vivo, en efecto, se da la exposición de un mundo canibalizado por el poder de las armas, por la misma violencia. El canibalismo no es solo narrativo en la novela de Barrientos, sino también la representación de un estado de cosas que llevan a los sobrevivientes a soportar la violencia escapando del salvajismo que se constituido en el modus operandi de la vida social y política de la futura nación constituida. La canibalización es el estado de la formación de alguna nación basado en la violencia contra el otro o en la violación del cuerpo no con afán de apoderarse de su poder –que tendría un sentido “sacrificial”–, sino para hacerlo desaparecer, para desvanecerlo por completo del mapa social –no interesa el sacrificio, solo la muerte impuesta por venganza–. Por lo tanto, frente a la muerte de uno de los hermanos –la idea de una parte boliviana eliminada–, la “Nación Camba”, considerando a El General, parece restituir la exclusión de ese otro semejante que era el rostro del otro hermano que hacía la imagen entera de Bolivia hasta cuando llega al gobierno el poder indígena. Barrientos, en este contexto, sabe que un país es inviable cuando domina la violencia y la exclusión. Su personaje, a la larga se torna en parte de un grupo que trata de restituir el orden y, aunque ya hay una división territorial, salda las cuentas con El General, enfrentándolo y ejecutándolo: una nueva nación es posible si es que sus ciudadanos son los que han sufrido, los que han visto el desmembramiento de sus familias, los que han sido objeto de esa violencia que desde el interior de sus cuerpos estaba minando su Ser. Barrientos cree en la dignidad de un pueblo que se levanta desde sus cenizas contra el mismo poder dominante. Y he ahí una respuesta que sonsaca al archivo de los acontecimientos que narra.

En el cuerpo una voz entonces hace aparecer los testimonios de los sobrevivientes, de los que sufrido la violencia canibalesca. Se supone que son 18 años luego de la catástrofe secesionista. Si el periodo previo es apocalíptico, donde Barrientos pinta de modo trepidante la violencia, el desenfreno, la violación, la persecución con saña, lo que se lee de los registros de los sobrevivientes, de las filmaciones o grabaciones que han sido posibles de hacer por mandato del nuevo gobierno, es la visión del horror de ese mundo apocalíptico. Pero como el narrador de esta otra parte, nosotros como lectores, asistimos a una descripción, cuando aparentemente se ha ganado una cierta estabilidad: es lo posapocalíptico. La idea es leer lo que para el narrador es la memoria-terapia, aunque este está convencido de que el pasado es mejor olvidarlo. Barrientos lo fuerza y le hace penetrar a regiones alejadas de lo urbano para que las voces otras hablen, para que las voces verdaderas de la represión y de las malas decisiones políticas se expresen. En la novela tenemos un amplio y detallado registro y examen de los vejámenes, de la vida anterior y la vida posterior, de las vergüenzas que habría que evidenciar y sanarlas. En el sentido foucaultiano, Barrientos nos hace prestar atención a lo que las víctimas no han olvidado, pero tienen que hacer sanar.

Y es ahí donde también el archivo dentro de En el cuerpo una voz hace hablar a la misma memoria del hermano muerto: su vida, sus sueños, su madre, sus juegos amorosos, sus deseos, sus imágenes de infancia y de futuro. Se trataría, en el mismo sentido de hurgar a la memoria personal, apelar a la memoria colectiva de hacerla escribir sus propios pensamientos en función de que sane la herida de la violencia y de la misma muerte. De este modo, el juego entre sueños y memoria, entre imaginaciones mentales y recuerdo tendría en la novela la función de ponernos en el plano de lo humano. En definitiva, es lo humano de una Bolivia perdida la que hablaría contra lo político determinista.

El título de la novela, de esta manera, tiene que ver con hacer que el acto de no olvidar lo hecho, lo que condujo al desastre, implique enseñanzas: En el cuerpo una voz, sí en el cuerpo de lo social habría una voz permanente, un discurso que no se puede obviar. Es la voz de la hermandad, es la voz de la vida misma por sobre las decisiones de los poderes.

En el cuerpo una voz es una novela aleccionadora, concientizadora. Es una muestra de una ciencia ficción boliviana que lanza preguntas y hace inferir respuestas. Es un ejemplo de una literatura renovadora en el país andino. (Iván Rodrigo Mendizábal)

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