Bordeando el país de los ciegos

Detalle de la página de “El país de los ciegos”, publicado en abril de 1904 en la revista The Strand Magazine: An Illustrated Monthly.

No se trata de una crónica sobre un país contemporáneo, aunque el título puede aludir a cualquier cosa semejante. Más bien quiero adentrarme, a breves rasgos, a explorar un cuento clásico de H.G. Wells, “El país de los ciegos”, texto que fuera publicado precisamente en abril de 1904 en la revista The Strand Magazine: An Illustrated Monthly, vol. XXVII, no. 160, entre las páginas 401-415, conteniendo además una serie de ilustraciones realizadas por Claude Allin Shepperson. La importancia de este cuento, por lo menos para Ecuador, es que su acción se desarrolla en algún punto ficticio de este país, más precisamente casi a las faldas del Chimborazo, imponente volcán y nevado en la provincia de Chimborazo, montaña muy cercana a la ciudad de Riobamba.

Portada de la compilación de cuentos The Country of the Blind and Other Stories (Thomas Nelson & Sons, 1911).

Si bien este cuento apareció en 1904, luego el propio Wells lo reunió en un volumen con el título de The Country of the Blind and Other Stories (Thomas Nelson & Sons) en 1911, donde compiló una treintena de cuentos que había publicado entre 1894 y 1909. Incluso el cuento apareció en Amazing Stories de diciembre de 1927, vol. 2, no. 9, entre las páginas 850-850 con una ilustración de portadilla. Hacia 1939 la editorial londinense Golden Cockerel Press publicó en versión exclusiva y limitada, con alrededor de 280 páginas, The Country of the Blind, como libro con ilustraciones de Clifford Webb –que además incluye el texto original de 1904 como Apéndice–. En tal versión Wells amplió el cuento e incluyó un nuevo final. La traducción de esa nueva versión por José Luis López Muñoz aparece en una compilación de cuentos de Wells realizada por la editorial española Atalanta de 2006, bajo el título de Los ojos de Davidson.

Por lo tanto, se tiene dos versiones, una de 1904 y otra de 1939, aunque la que más sigue circulando hasta ahora es la primera en diversas compilaciones, libros y referencias. Para el caso ecuatoriano se conoce que se ha publicado como libro El país de los ciegos por la Corporación Campaña Nacional de Lectura Eugenio Espejo en 2010, que recoge, en efecto, la versión original publicada en The Strand Magazine: An Illustrated Monthly.

Portada de la edición de 1939 de “The Country of Blind” (Golden Cockerel Press).

Pues bien, ¿de qué trata “El país de los ciegos”? Trata de una expedición que fracasa cuando se pierden los viajeros en el Chimborazo y el guía termina desbarrancándose en un valle del cual cree que puede salir con facilidad. El problema es que dicho lugar está encerrado entre los faldones de la montaña y de los Andes, y el guía, Núñez, termina encontrando una comunidad agraria, una cuyos ancestros se habían refugiado allá por alguna persecución de la autoridad colonial. No sabemos con exactitud la fecha del desarrollo de la trama, pero se puede suponer que la acción se desarrolla en el siglo XIX, probablemente finales. Lo que importa es saber que el expedicionario se topa con una comunidad que, producto de una enfermedad, de alguna infección microbiana, se ha quedado ciega y los ojos ya ni les sirven, además perdiendo la noción de para qué servían tales órganos.

Como toda historia de viajes que era típica del momento en el que circuló el cuento, Wells nos sitúa en Ecuador, en una región andina. Aunque cita otras montañas y otros puntos geográficos, algunos ficticios, otros aproximados y otros erróneos, la idea del viaje está presente inicialmente en el cuento. Remite a los expedicionarios, al igual que a los andinistas, que venían ya sea de Europa o de Norteamérica para saber de las riquezas naturales y del maravilloso paisaje que ofrecía la región andina desde tiempos de la colonia. En un cierto sentido, los viajeros eran románticos, porque pretendían redescubrir el ideario nacional, la patria, que en apariencia se pudo haber perdido gracias al avance de la modernidad: frente al desarrollo industrial de la ciudad, los viajeros, los expedicionarios, pretendían volver a la naturaleza, aunque sea para respirarla en su pureza.

Portada de la edición ecuatoriana, “El país de los ciegos” (Corporación Campaña Nacional de Lectura Eugenio Espejo, 2010)

El caso es que el personaje Núñez se pierde y se topa con una comunidad distinta. Sus pobladores tienen mucho de los genes indígenas y algo de la española; en síntesis, mestizos que perdieron la vista y viven manteniendo las costumbres ancestrales y las que les han transmitido sus padres o abuelos: son ciegos y mantienen incólumes ciertos valores como es el respeto, la unión, el orden social, la solidaridad, etc. Creen en el bien común y comparten todo; el dinero se ha abolido, el poder gubernamental también, rigiendo un sistema de codependencias, donde prima la sabiduría y el sentido común.

¿Wells estaba representando alguna comunidad comunista? El autor era un socialista más imbuido por las ideas del economista Henry George, por el cual pronto descubrió a Platón, a Thomas More y a los socialistas utópicos, según narra en su Experimento en autobiografía (Berenice, 2009). Por lo tanto, Wells no aspiraba a las ideas comunistas, sino más bien pensaba en un tipo de sociedad donde si bien se respeta al individuo, lo que se produzca en la tierra debía distribuirse en forma comunitaria. Tal es la impresión que prevalece cuando se lee “El país de los ciegos” respecto a la comunidad de ciegos que sostienen sus vidas en principios o valores que son más importantes que la propia materialidad de las cosas.

Ilustración en la revista “Amazing Stories” de “The Country of Blind” (1927).

En esta comunidad, digamos arcádica, también hay una economía del lenguaje. En la medida que la ceguera es parte de la vida de la comunidad, todo lo que tiene que ver con la mirada, con la vista, con la imagen, con la representación, ha desaparecido del lenguaje. La implicancia es enorme en tanto, al no existir palabra que enuncie alguna cosa que se vea, por ejemplo, la “belleza”, esta carece de valor y, por lo tanto, es una palabra o cosa vacía, según se lee en una parte del cuento; y más allá de ello, tal tipo de palabras que implican, por otro lado, abstracción, no tienen sentido. De este modo, Wells se adelanta en sugerir que el lenguaje crea la realidad y los signos se articulan de acuerdo con los sentidos que se poseen. Un mundo sin visión es un mundo donde otras sensibilidades están en juego, obligando a quienes adolecen de la vista, a ser, digamos, más “prácticos” en su vida. Es por ello que tampoco existe la idea de Dios o figura parecida, lo que remite a que la comunidad se base en sus propias convicciones o una filosofía más de tipo pragmática. De ahí que incluso uno de los sabios relate a Núñez la génesis del mundo acotada a su comunidad, como si ellos hubieran nacido de las rocas y poco a poco se hayan perfeccionado con el ejercicio de su práctica diaria.

Ilustración de la edición original de 1904 en The Strand Magazine: An Illustrated Monthly, por Claude Allin Shepperson.

¿Platonismo ajustado a las comunidades indígenas andinas? La sociedad o el país de los ciegos es utópica y arcádica. No está en la línea de las utopías positivistas de finales del siglo XIX, esas que proclamaban un gobierno científico que llevaba a la colectividad a un mundo deseado tecnocrático. Wells era un escéptico de las utopías de ese tipo, pero, al parecer creía en un tipo de sociedad más igualitaria, menos competitiva, cuya humanidad sea posible cuando no haya engaño entre semejantes.

Ilustración de la edición original de 1904 en The Strand Magazine: An Illustrated Monthly, por Claude Allin Shepperson.

Núñez es lo opuesto a esta representación de sociedad, por lo que tan pronto Wells lo pone como un sujeto malicioso. Pues al darse cuenta del tipo de comunidad en la que ingresa se le viene a la mente la que ahora vendría a ser una famosa enunciación –¿una máxima?–: “En el país de los ciegos el tuerto es rey”. Y lo repite y lo hace saber a los pobladores ciegos cuando quieren reeducarlo. Su plan: un “golpe de Estado”. Y, con ello, Wells demuestra que, por más inteligencia y sentido de la visión, todo individuo que no tiene conciencia de las potencialidades de sus otros sentidos, de su ser, no es ni a leguas mejor que un régimen “ciego”. Dicho de otro modo, Wells demuestra su escepticismo por quienes se creen con conocimiento, porque solo ven; de ahí que uno debe preguntarse por aquellos sabelotodos, por los habladores, por los ilusionistas, porque detrás de sus acciones solo hay engaño. “El país de los ciegos” es un texto político.

Hacia 1939, en la Introducción de la versión publicada por Golden Cockerel Press, Wells declaraba el porqué de la ampliación y el nuevo final de “El país de los ciegos” –tomo para el caso la traducción de Alberto Manguel en su introducción a la edición española de Atalanta de 2006, “Casandra en Inglaterra: la visión profética de H.G. Wells” –para los lectores de habla inglesa, remitirse al impreso de 1939: The Country of the Blind–:

“Siempre he tenido un sentimiento incómodo acerca de este cuento; lo he recorrido mentalmente en la cama, durante mis paseos y en otras ocasiones inadecuadas, hasta que por fin puse manos a la obra y le di un enfoque enteramente nuevo […]. La idea central, que un hombre con vista va a caer en un valle de ciegos y comprueba la falsedad del dicho “En el país de los ciegos el tuerto es rey”, sigue siendo la misma en ambas, pero el valor atribuido a la facultad de ver cambia profundamente. Lo he cambiado porque ha habido un cambio en la atmósfera del mundo que nos rodea. En 1904, el énfasis se ponía en el aislamiento espiritual de aquellos cuya visión era más clara que la de sus congéneres, y en la tragedia de su incomunicable apreciación de la vida. El visionario muere, un paria que no encuentra otra manera de liberarse de su don si no es con la muerte, y el mundo ciego continúa, invenciblemente seguro y satisfecho de sí mismo. Pero en la versión más reciente, la visión se convierte en algo mucho más trágico: ya no es una historia de belleza desatendida y de liberación; el visionario observa cómo la destrucción se abate sobre ese mundo ciego que por fin ha llegado a soportar y hasta a amar; lo ve claramente, y no puede hacer nada para salvarlo de su destino”.

Detalle con ilustración de la publicación de 1939 por la editorial Golden Cockerel Press.

Según este testimonio, Wells en 1904 quería tensionar el aislamiento con el hecho de admirar la vida; la idea era fundamentar un estilo de vida acaso más vital, más acorde con la naturaleza, sin importar, a la final, que el intruso hubiera querido cambiar a la comunidad. Pero en 1939, cuando los conflictos en Europa se habían tornado en peores y el aliento terrible de la guerra se cernía, sentía que tal aislamiento, aunque terrible, el cual no se podía evitar, era una forma de acción, una elección que estaba por desaparecer, frente a otra que el protagonista ha escogido, al volver al mundo, aunque sea peor, ese que en un momento había abandonado, quizá soportable, porque en definitiva había otra condición de comunidad. Cualquiera sea el caso, si bordeamos el país de los ciegos, sabemos que hay una cultura “otra” que no podremos cambiar, porque en el fondo tampoco queremos cambiar como humanidad.

Finalmente, ¿Wells estaba pensando en Ecuador como un país de ciegos donde los tuertos eran los reyes? En realidad, no hay seña de este asunto; por eso, aunque sitúa su historia en una parte de Ecuador, lo conecta con variedad de puntos latinoamericanos –los expedicionarios parten de Quito, Núñez viene de Bogotá…–, aunque sin congruencia en ciertos aspectos. Esto quiere decir que no había un miramiento hacia Ecuador, aunque es más probable que su atención esté en el mundo andino, en el mundo latinoamericano. Sin embargo, se puede afirmar que, contra esas tesis, muy de moda en parte del siglo XIX en Europa –por ejemplo, vale la pena revisar el libro de Pierre-Luc Abramson, Las utopías sociales en América Latina en el siglo XIX (Fondo de Cultura Económica, 1999)–, sobre que era mejor volver al modo de vida y organización inca antes de la colonia, porque eran más justas y menos corruptas, Wells sabe que una utopía encerrada, arcaica, tampoco es posible, porque es más vulnerable a cualquier tipo de invasión exterior. Y Latinoamérica estaba en su momento en esa tensión entre seguir los caminos de la modernidad europea o seguir manteniendo la tradición que soliviantaba el conservadurismo. Precisamente en tal tensión, quizá se pueda ver el principio de aquella frase que era un leitmotiv en el cuento. (Iván Rodrigo Mendizábal)

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